欧博娱乐Balaguer: simbolismo político y transición aut
Por: Yoaldo Hernández Perera
En la historia contemporánea de la República Dominicana pocos personajes encarnan con tanta complejidad las contradicciones del poder como Joaquín Balaguer. Presidente reelecto en circunstancias controvertidas, colaborador del régimen de Rafael L. Trujillo y artífice de una era política que se extendió por muchos años, Balaguer fue mucho más que un gobernante pragmático o un caudillo tradicional.
Los acontecimientos, vistos en perspectiva, conducen a concluir que Balaguer no solo gobernó con obras y represión, sino con una arquitectura simbólica poderosa: monumentos, mitología política, lenguaje estético, literatura ideológica y la paradoja de su ceguera como símbolo de omnisciencia. A través de esta construcción simbólica, Balaguer se erigió como un puente entre el autoritarismo trujillista y la democracia dominicana del siglo XXI, articulando una “transición sin ruptura” que explica mucho de lo que todavía define la cultura política dominicana.
Balaguer y la invención del poder como mito. El poder de Balaguer no fue únicamente coercitivo ni institucional, sino profundamente simbólico. Como “arquitecto del mito”, construyó un imaginario político donde él no era solo un presidente, sino una figura semisagrada, un “vidente del poder”, cuya ceguera física contrastaba con su presunta lucidez política. Nadie debía atreverse a proyectar una sombra propia dentro de su esfera de poder. Cualquier intento de esbozar liderazgo era sofocado de inmediato. En su parcela política, el liderazgo no se compartía ni se delegaba: era él, y únicamente él.
Su ceguera no lo debilitaba, lo santificaba. En la cultura visual caribeña, donde la presencia física del líder es central, Balaguer logró proyectar una imagen de distancia y sabiduría. Se convirtió en un oráculo inasible, fuera del tiempo y del escrutinio, reforzando el mito de que “veía más que los videntes”. En un país marcado por la presencia aplastante de Trujillo, Balaguer construyó su propia omnipresencia desde la invisibilidad.
Además, su literatura fue una extensión de su discurso político. Libros como Memorias de un cortesano en la Era de Trujillo o La isla al revés no solo narraban hechos, sino que reinterpretaban la historia desde una voz magistral, embellecida, autoritaria en su tono, pero camuflada bajo la forma de ensayo literario. Con su pluma, Balaguer reescribía la memoria colectiva, consolidando su lugar no solo en la política, sino en la cultura.
A esto se suma su pasión por los monumentos y obras públicas, no solo como infraestructura, sino como marcas visibles del poder. Las estatuas, los jardines botánicos, los palacios, los bustos en cada esquina: todo fue parte de una escenografía diseñada para perpetuar su presencia. Su legado material no fue neutro, fue una narrativa de piedra. Y hay que decir que su estancia en países más desarrollados, como España, amplió su horizonte cultural y estético. Se dice, por ejemplo, que el emblemático Parque Mirador del Sur fue concebido bajo la inspiración del Parque del Retiro de Madrid.
El político que sobrevivió a todos: el puente entre dictadura y democracia. Balaguer sobrevivió —política y simbólicamente— a Trujillo, a la Revolución de Abril, a líderes más jóvenes que compartieron con él la arena política durante la misma época. Esta longevidad no es solo biológica; es estructural. Su figura representó una solución de continuidad, una forma de conservar lo esencial del régimen autoritario bajo nuevas formas democráticas.
En vez de romper con Trujillo, Balaguer adaptó el trujillismo a un nuevo lenguaje, más suave, más presentable para la comunidad internacional, pero con la misma lógica de control clientelar, personalismo y verticalidad del poder. Gobernó como un “padre autoritario” mientras hablaba de institucionalidad. Legalizó la represión. Embelleció la vigilancia. Poetizó el autoritarismo.
Al mismo tiempo, su figura facilitó una transición sin trauma hacia la democracia electoral. Mientras otros países latinoamericanos vivieron dictaduras militares seguidas de rupturas violentas o traumáticas, en la República Dominicana Balaguer funcionó como un amortiguador, un “puente invisible” entre dos épocas. Permitió, bajo su sombra, la formación de partidos, de prensa relativamente libre, de procesos electorales (aunque no libres de cuestionamientos), hasta que una nueva generación pudo tomar las riendas.
Esta ambigüedad ha sido parte de su éxito póstumo: no es odiado por todos ni amado incondicionalmente, sino respetado como inevitable. En ese sentido, no fue un anacronismo, sino una mutación. No desapareció el trujillismo, lo transfiguró. Y quizás debido al alto grado de controversia que rodea su figura en la historia nacional, persiste una visible reticencia a honrar su memoria mediante la designación de avenidas, puentes u obras públicas con su nombre, una práctica común con otros líderes. En efecto, el nombre de Joaquín Balaguer no ha sido, ni de lejos, uno de los favoritos a la hora de bautizar infraestructuras del país.
Herencia simbólica: el Balaguer que no muere. Hoy, más de dos décadas después de su muerte, Balaguer sigue presente en el lenguaje político, en los estilos de liderazgo, en la estética del poder. La fascinación por el líder distante, el culto a las obras visibles, el clientelismo como sistema afectivo y político, el populismo ilustrado: todo eso tiene raíces en su modelo.
Incluso, su ambigua relación con la verdad histórica persiste. Como él, muchos políticos actuales oscilan entre la reinvención simbólica y la negación táctica, construyendo verdades a la medida del poder. En un país donde la política es espectáculo y rito, Balaguer fue su gran dramaturgo.
En definitiva,Joaquín Balaguer no puede entenderse solo como un político ni como un dictador disfrazado de demócrata. Fue un constructor de símbolos, un gobernante que diseñó su poder como un entramado cultural, estético y psicológico. Su figura se alza como una síntesis de lo viejo y lo nuevo: la continuidad disfrazada de cambio. En ese sentido, más que un personaje, Balaguer es una clave de lectura: para entender la política dominicana contemporánea, es necesario descifrar el mito que él mismo escribió.
Hoy, 1 de septiembre, fecha del natalicio del caudillo del gallo colorao, propicio es reflexionar —más allá de pasiones políticas o juicios definitivos— sobre la compleja herencia que dejó a la nación. Joaquín Balaguer trasciende la imagen de un hombre de poder, fue un tejedor de símbolos, un estratega de la permanencia y un actor clave en la transición dominicana.
Comprender su figura en todas sus aristas no es un acto de reverencia, sino un ejercicio necesario para entender las tensiones, silencios y continuidades que aún habitan en el corazón de nuestra vida política, entendiendo por “política” el modo en que una sociedad ordena su vida colectiva, distribuye el poder y define las reglas de su convivencia. Reflexionar sobre los procesos y decisiones que nos han traído hasta aquí es, en esencia, un acto político.